jueves, 16 de octubre de 2008

leyendas cantadas, contadas, encantadas...


Cuenta la leyenda, no la historia, que en el pequeño reino de Taybalilla -
donde ya no hay rey, ni reino, ni reina, sólo las murallas de una antigua fortaleza casi derruida -, vive entre las tinieblas del castillo una princesa...encantada.
Aquel pequeño reino fue una llamarada de emoción que alumbró los años más prósperos del valle de Taybalilla en tiempos no muy remotos. Dicen que allí reposan los encantos de una dama, princesa mediática ya en su época, hija de molinero y molinera ella, mujer de anchas caderas por la que suspiraban hasta los monjes en sus oraciones solitarias mientras laboraban en los huertos de la ladera del castillo.

El conde de Taybalilla ejercía sus dominios a lo largo del valle, conocido hoy como la ribera del Taybilla. Era un viejo astuto, noble y culto que tenía tras de sí una leyenda de gran seductor y varios hijos desconocidos, en el ocaso de su vida quiso casarse con la hija del molinero y ofreció a su padre como gratitud por los amores de la moza las tierras que tenía en las faldas del castillo, unos huertos solaneros de lo mejor del condado, donde criaba en barricas bordolesas nuevas de roble americano de Ohio y francés de Aspiran, un caldo exquisito, aromático y estructurado, los años que no amargaba.
A la mujer del molinero, Fermina, le renqueaba una pierna, la llevaba arrastrando, a veces parecía que era la mala pata quien tiraba de ella. Cuidaba con su marido unas buenas fanegas de tierra que labraban con entusiasmo, mataban media docena de cerdos cuando llegaba el invierno y la luna menguaba, tenían tres vacas y un gañán moro al que llamaban Taybali que llegó siendo un niño acompañando a un ciego y se quedó en el molino trabajando como uno más de la familia, el muchacho tenía unos ojos verdes relucientes que se iluminaban cuando se cruzaban con Celina la hija de su amo el injusto molinero.

La desdichada molinera pasaba las noches en llanto desde que su padre la mal vendió al conde, un viejo adinerado y bondadoso, de buen talante y gentil , biznieto de Al Taybaulí de Taybalilla. Ella siempre estuvo enamorada de Taybali con quien compartió sus lozanos secretos de juventud.

El molinero era el último bastión de los cipreses, conocidos en el valle por tener la nariz aguileña y la esbeltez de los árboles de los campos santos, habían conseguido mantener su nobleza varias generaciones desde que fueron una de las familias indultadas en tiempos de conflictos fronterizos en el reino, en cambio Taybali nunca llegó a saber que era descendiente directo del califa Al Taybaulí de Taybalilla, que vivió en la fortaleza hasta que los guerreros de la orden de Santiago de la Espada enfervorizados por los campesinos le cortaran la cabeza una tarde de abril en la placeta del mercado para las fiestas del concejo de la villa.
La princesa encantada cantaba mientras molía, antes del encantamiento, molía maíz, que es lo mismo que moler panizo y echaba seguidillas corridas “Como quieres que te quiera si no te puedo querer...”.
Dos siglos después acudía al mismo molino, de vez en cuando, Laureano el trovador, de profesión romancero y chalán, que agasajaba a la joven y eterna Celina recitándole coplas de amor acompañadas del dulce trinar de su viejo laúd. Recorriendo las aldeas en un permanente aguinaldo no necesitaba posada y siempre tenía unas monedas en su bolsillo gracias al zurracapote que trasportaba para vender en pequeñas garrafas forradas de esparto a lomos de su mula. Entonaba hierbas buenas y pardicas que las mozas picaronas le canturreaban al oído en los bailes y esparfollos, Laureano cantaba mientras la garrafilla llena de vino dulzón se paseaba de boca en boca.

Cada vez que llegaba al cortijo de La Tercia y subía la cuesta del castillo sentía un escalofrío al pasar delante de la espada que era objeto de veneración de muchos peregrinos que acudían en fechas señaladas a postrarse ante ella, según cuenta Laureano en uno de sus romances; con ese misterioso sable Fray Zurracapote le cortó la cabeza a Al Taibaulí y conquistó la tierra que hoy llaman la Hoya el Saz, un paraje agradecido famoso por sus viñas y el vino dulzón que de ellas se extrae, esas tierras fueron cedidas a Justo el molinero a cambio de su hija Celina lo cual llevó la desgracia al valle y conquistó para su familia años de desdichas, leyendas y encantamientos. Doscientos años antes de que Laureano llegara con su mula de la Puebla de Don Fadrique para repartir el zurracapote que elaboraban los monjes de la orden de Santiago de la Espada con la que decapitaron al último califa, su prometida la princesa de Taybalilla se escondió en un molino. Hace muchos años que duerme su sombra en la torre del castillo, donde un gitano con sombrero y pluma subía cuando la enajenación poética le llegaba.


Una mañana de primavera el morenito de los ojos verdes estaba tumbado junto al río, distraído pelando una vara verde de avellano mientras las tres vacas que quedaban en la hacienda de su amo se revolcaban entre los juncos... por la orilla del río entre las acacias se acercaba un hombre montado a caballo que por sus aperos y apariencia debía de ser noble, llego hasta donde estaba Taybalí, bajó del caballo y le preguntó por el camino que llevaba al molino, era un anciano, subió al caballo y dio las gracias al muchacho dispuesto a seguir sus indicaciones, fue entonces en ese pequeño instante cuando sus miradas se encontraron y un brillo se reflejo en el rostro del conde, el gañan tenia sus ojos verdes, la misma tristeza en la mirada.

El conde de Taybalilla buscaba a la muchacha de pelo rubio que brillaba como los reflejos del sol en las aguas que movían las ruedas del molino. Taybalí fue tras el conde escondiéndose entre las sombras de los árboles y le esperó agazapado bajo las ramas del nogal que hay en el barranco de la Simona junto al camino debajo del “mercior” donde tantas tardes de verano pasó columpiando a Celina. Sabía lo que buscaba aquel viejo que ataba su caballo en la higuera borde de la puerta del molino.

Cuando el conde y Celina salieron del molino, la muchacha lloraba desesperada. Cuentan que fueron esas lágrimas las que trasformaron a Taybalí que como un poseído corrió hacia ellos y allí mismo, debajo de la higuera... solo dios sabe lo que paso.

En la puerta del molino se formó una polvareda que acabó en reyerta, Taybalí mató al conde sin piedad de un par de navajazos en el pecho y escapó corriendo, mientras huía el molinero echó mano de su onda y lanzó una pedrada que alcanzó al muchacho en la cabeza, Celina gemía desesperada abrazada al joven gañán cuyo cuerpo yacía sin vida en el suelo, dos días después Celina desapareció misteriosamente.

Dicen que quedó encantada para siempre, al moro lo enterraron en el foso del castillo, es el custodio que vive allí, donde según la leyenda hay otros dos mozos que llegaron después en otros deslices de faldas que ocurrieron unos siglos más adelante, a uno nadie le conoce, el otro es Laureano, recovero y trovador que había encontrado en el túnel del castillo un pasadizo donde se escondía el famoso copón dorado al que los vecinos de la ribera del Taybilla atribuían poderes sobrehumanos, hay quien afirmaba que se trataba del famoso cáliz por el que suspiraba la cristiandad. Uno de los beneficios del copón bendito era que podía conseguir los amores de la princesa encantada, cuando fuera desencantada; para conseguirlo tenían que esperar a la noche de San Juan y que coincidiera con la luna llena, por lo que tuvo que esperar muchos años.
Cuando había perdido toda esperanza, el almanaque zaragozano amarillento que tenía su abuela en el poyo de la chimenea le aclaró las dudas: noche de San Juan, luna llena, al fin llegó el día tan señalado por el destino. Subió por la cuesta del castillo buscando la media noche, pasó delante de la espada sin mirarla, entró bajo las piedras milenarias que tantos secretos guardan y espero impaciente. El sol se fue alejando, despacio, distraído, el crepúsculo dibujaba fantasías detrás de la torre, la luna se asomaba despacio tras las almenas, se escuchaba el canto monótono de los grillos zapateros, los aullidos lejanos de los lobos en las cumbres, tembló de emoción, pasaron unos instantes que le debieron de parecer dos siglos, nada se movía, comenzó a escuchar una leve sinfonía... el chirrido expectante de los murciélagos, el canto ausente del búho.

Le vino a la memoria entonces en esos momentos de incertidumbre la historia de la encantada y el custodio parricida que tantas veces había cantado él por las aldeas, recordó una de las madrugadas que llegó a los caseríos de La Tercia y descubrió aquella misma silueta misteriosa tras la ventana de la posada, una mujer se dibujaba en las sombras, una figura esbelta, enigmática, furtiva, solitaria...

Cuando las estrellas dejaban el manto blanco y grisáceo de la escarcha en la madrugada de invierno sobre los campos del valle de Taybilla se escondió la enigmática y fugaz sombra de su amada secreta entre los últimos luceros. La luna se fue asomando discretamente por las almenas del castillo, hacía una noche clara, estaba más raso que un jaspe, cuando la luna marcó con sus sombras la medianoche en las piedras de la torre, sucedió lo que no tenía más remedio que pasar, comenzó a escuchar una voz que salía de las rocas, una hermosa sinfonía que le devolvió a la realidad, era Celina que cantaba con su delicada voz el romance del conde de Taybalilla ... Desde los huertos del Cortijo Isidoro hasta los leones de El Macalón se escucharon aquellos versos y allí quedó para siempre encantado Laureano el trovador.

Si la luna llena brilla sobre las montañas y es más noche que un ramal, en los viejos troncos de los nogales relucen collares de avena que brillarán después al amanecer, entonces los gusanos de la tierra le dejan a uno cantar y para siempre encantado quedará...

La hija del molinero reza hoy de “carne cortá” y viste de negro, vive desde hace más de dos siglos en un molino donde ya no se muele. Un misterio recorrió durante décadas el valle, unos creen que fue el enigmático hombre cabra que los primeros hombres que habitaron aquellas tierras pintaron con su sangre en las cuevas, otros lo achacan al cáliz que descubrieron los monjes junto a los leones de piedra blasfemando contra él “ El copetín de una calera”. Hay quien sostiene que fue la espada dorada de la cuesta del castillo donde se posaban los búhos en cuarto creciente a recitar versos de amor, y por último hay quien piensa que solamen
te la luna, luna lunera, esa dama mística y traicionera de la noche, conoce el secreto.

El valle encantado
El valle tenía su encanto, de eso no había duda, un lugar mágico en ritos y tradiciones, creencias ancestrales, astros que vuelan, espíritus paganos, brujerías y hechiceros. El valle también estaba encantado.
Campos de trigo, alfalfa y maíz rodeaban los huertos de cerezos y manzanos que brotaban exuberantes en primavera dándole al valle un colorido místico y mágico que enardecía los espíritus sensibles y poéticos como el de Laureano que recorría los caminos montado en su mula canturreando versos de amor.
Romances y coplas dejaron constancia de su belleza, cantares y refranes, leyendas y músicas, así lo transmitieron, Laureano fue trovador en Taybilla donde los monjes trasegaban con la luna menguante y pasaban el vino de las tinajas a bombonas de media arroba que el juglar repartía por las aldeas adornándolo con romances y leyendas. La poda de los árboles que poblaban el valle, nogales, cerezos y manzanos, se hacía también en cuarto menguante, los pastores y campesinos se guiaban por la luna, menguantear tenía su misterio, las patatas no echaban tallos y los cerdos olían mejor.

Allí había quien nacía con un don o quien lo hacía con una falta, de todo había. Los que nacían con gracia rezaban de carne corta, los que nacían con una falta echaban mal de ojo sin poderlo remediar.
De las ramas de los nogales colgaban “merciores”, donde los mozos intimaban columpiándose, a los que durante el juego se les metía el sol en la cabeza les cantaban, -el sol calienta los huesos, el sol nos calienta el alma, el sol calienta y da vida y se va por las “quebrás”...-.

Para la “carne cortá” Laureano que además de cantar también tenía el don, recitaba “cruz de romero, plato de barro, sartén de hierro... salga lo malo y entre lo bueno”. Le rezó una tarde entre los costales a la hija de un molinero después de haberse comido una olla de alubias morunas. La misma molinera que doscientos años antes era columpiada por Taybalí subió a lomos de la mula del trovador. Laureano bebía, rezaba, cantaba, tocaba el laúd y recitaba romances de mujeres que viven en las montañas, en las fuentes, mujeres encantadas a las que conoció en su encantamiento.

En la cueva del agua, donde nace la fuente del Taybilla las encantadas salen en la mañana de San Juan a encender fuego, quien pase por allí y les hable quedará
encantado en aquel paraje y la encantada escapará. Cuevas misteriosas y molinos donde a la puerta crecen higueras bordes, donde no es recomendable tomar la sombra como la que hay junto a la esfinge en las piedras del castillo del Taybilla, donde un custodio enciende fuego y no hay oración que sirva contra ellos. En uno de sus romances cuenta Laureano que existe un rey moro en la torre de Vizcable y que ésta se comunica a través de unas galerías con un cerro situado en el arroyo de Taybilla, en un recodo del río existe una espada de piedra que abandonaron los musulmanes cuando se marcharon, la espada de fray Zurracapote, debajo está la esfinge de un custodio que se enamoró de una princesa que antes, - o después, no se sabe con certeza - fue molinera.

Encaramado en un cerro entre nogales, pinos, encinas, sauces y parrales, Taybilla era un bullir de gente los días de fiesta, la plaza olía a lana, carrasqueño y al recio aroma del humo del tabaco verde que fumaban los pastores en anchos cigarros, semiapagados, pegados a los labios, surcándoles el rostro rojizo, curtido por el viento abrasivo de la sierra, los pastores con los que trataba Laureano en su tránsito por las aldeas de la villa.

Por allí pasaban pineros, carboneros, recoveros, chalanes, segadores, herreros, esquiladores, todos escuchaban con atención los romances que cantaba Laureano en la placeta de La Tercia, las mozas le hacían corro atentas y embelesadas por sus romances de penas y amoríos. En aquellos tiempos en que muy poca gente sabía leer, los versos de los trovadores era la mejor manera de enterarse de lo que sucedía más allá de las murallas de la villa. Tenían fama de embusteros los chalanes sumilleres, éste que aquí nos ocupa anduvo repartiendo zurracapote por el valle, alegrando con su laúd y sus versos a las buenas gentes de las aldeas, llevando razones de un sitio a otro, en los lomos de su mula durmieron algunas mujeres, una fue molinera y princesa, dicen que aun hoy sigue encantada, Laureano que la amo durante su encanto así lo contaba y cantaba.

Pedro Serrano Gomez (2004)


Romance de la encanta DA

En las tierras de Taybalilla
junto a las verdes acacias
entre harinas y costales
habitó una hermosa dama

Escuchen con atención
esto que les van a contar
los versos de Laureano
chalan sumiller y juglar

En el concejo de Taybalilla
un hecho extraño ocurrió
era noche de luna llena
cuando la princesa salió

Con un don entre las piernas
que a un hermano entregó
en sus tristes ojos verdes
encontró la perdición

En la torre de Taybalilla
se esconde una oración
las penas de un hijo
que a su padre no conoció

Brotaba en su pecho herido
el llanto hecho emoción
cantaron los trovadores
oscuros versos de dolor

Condenada por su padre
a un conde la entregó
por tierras y riquezas
que fueron su maldición

En la cuesta del castillo
una espada brilla al sol
debajo de una atalaya
un fraile la escondió

Vive entre las almenas
suspirando de emoción
un búho le recita versos
afiladas rimas de amor

soñaba triste un gañan
aquella tarde enlutada
En la puerta del molino
llena la luna acechaba

Bajo la higuera bordecía
su pelo Celina peinaba
por las juncadas del río
un caballo se acercaba

El agua lavó la sangre
que los luceros lloraban
la tarde que en el molino
repicaron las campanas

duerme su bella figura
por un moro custodiada
los amores son eternos
cuando la luna acompaña

Esto sucedió en Taybalilla
la leyenda no lo aclara
si fue princesa o molinera
o está en la torre encantada

Pedro Serrano Gómez (2004)